Seis laicos comparten su testimonio acerca de cómo han visto y enfrentado la crisis de la Iglesia
María Isabel Reyes Pérez Comunidad Jesús Pastor, parroquia San Pedro y San Pablo, La Granja.
Ha pasado un tiempo desde que se desató la crisis de la iglesia católica y debo reconocer que me ha costado mucho discernir sobre toda esta situación, tanto como persona laica y como cristiana.
En términos generales me mueven muchas emociones que no necesariamente me hacen cuestionar la fe. Me mueve la rabia por todo lo que sufrieron y lo siguen haciendo las víctimas, que muchas veces callaron por miedo, por susto, por lo que sea.
Me mueve la pena por todos los victimarios que se han visto involucrados en estos actos, pues claramente no son personas mentalmente sanas y arrastran consigo historias similares.
Me mueve el dolor por haber pasado de una iglesia profética a una iglesia que ha callado por mucho tiempo las injusticias que juraron proteger.
Y finalmente me mueve la esperanza de que todo cambiará para mejor y que el perdón dominará nuestros corazones.
Claudia Metz Rama Secular ss.cc.
He vivido la crisis de la iglesia con una mezcla de sentimientos. En primer lugar, rabia y una profunda pena, pero que también siguen con mucha esperanza y viendo esta crisis como una gran oportunidad, para que todos juntos podamos construir una nueva iglesia a la manera de Jesús. Pero para que esto se pueda dar, es necesario que toda la verdad salga a la luz para realmente poder purificar profundamente las bases de nuestra iglesia.
Por eso estoy profundamente agradecida de personas como Juan Carlos Cruz, James Hamilton, José Andrés Murillo, los laicos de Osorno, y tantos otros que, a través de sus testimonios, y gracias a su valentía y perseverancia fueron esenciales para que se corrieran las cortinas que ocultaban toda la mugre de la iglesia chilena.
Creo que en todo este proceso ha sido muy importante tener siempre la mirada puesta en lo esencial, en Jesús, tal como dice el lema del padre Esteban: “Fijos los ojos en Jesús” (Heb 12,2).
Otra cosa que me ha pasado con esta crisis, ha sido adquirir una mayor conciencia de la importancia de la contribución que debemos hacer los laicos a nuestra Iglesia. Tenemos que dejar de ser simples “espectadores” para convertirnos en protagonistas, trabajando codo a codo con todos los que amamos a esta Iglesia, a pesar de sus caídas. No se trata de reemplazar a los ministros ordenados, sino que tomarnos en serio nuestro “sacerdocio común”, con el que fuimos ungidos el día de nuestro bautizo. Esto incluye el dar un testimonio como auténticos cristianos, especialmente frente a una sociedad cada vez más crítica y secularizada. Debemos mostrar que es posible otra Iglesia, donde nadie sobra, donde todos somos importantes y tenemos algo que aportar.
Emilio Álvarez Parra Comunidad San Damián de Molokai, parroquia Jesucristo Misionero, Viña del Mar
Con mucha tristeza y vergüenza, he escuchado las diversas acusaciones en contra del clero chileno, por medio de la prensa. Si bien estos actos son inaceptables, es importante que nos informemos adecuadamente y sepamos discernir entre la verdad y postverdad.
Esta crisis la he enfrentado reconociendoque no todo está mal. Y lo primero que hay que destacar es la maravillosa labor que tantos sacerdotes y religiosas hacen por todos.
También creo que es el momento de pensar y analizar el tipo de iglesia que quiero para el futuro, no debemos olvidar que somos tan Iglesia como el clero mismo y que tenemos dos alternativas: continuar criticando y seguir pensando que el clero es el que debe superar la crisis, o asumir nuestra cuota de responsabilidad y participar activamente en la renovación de la iglesia chilena. La primera opción no conduce a ninguna parte. La segunda, nos permite construir algo positivo en medio de la mugre. Pidámosle al Señor, que nos otorgue la claridad y las fuerzas para que como laicos comprometidos que somos, podamos desarrollar acciones concretas de evangelización como las que el mismo Cristo emprendió con tanta pasión. Este tiempo es una oportunidad para salir a las periferias y demostrar que somos una iglesia viva.
Sandra Muñoz Laica parroquia San Pedro y San Pablo
La crisis vivida ante los grandes acontecimientos salientes a la luz, me desconcierta y también la vivo con una profunda dolencia en el cuerpo y en el alma. Han sido muchos sentimientos de la lucha, rabia, dolor, tristeza, desilusión, dudas y resistencia. Pero por otro otro lado la fuerza de la comunidad que se vive con fe, alegría me hace mantener viva la esperanza, junto a los testimonios del padre Esteban, Ronaldo, Enrique y hermanos y hermanas laicas que creemos que «otra Iglesia es posible».
Rafael Comas Díaz Rama Secular ss.cc.
Ha sido muy triste y doloroso enterarme que hermanos de nuestra congregación y conocidos de otras congregaciones están involucrados en la crisis de nuestra iglesia. Pero he tenido una formación de muchos años y un acompañamiento permanente, por ejemplo en la Rama Secular ss.cc, en donde se nos ha mostrado cuál es nuestro rol en la sociedad. También he participado activamente en distintos servicios como en las comunidades parroquiales, en los colegios, y principalmente en la familia. Entonces vas descubriendo cuál es el lugar que nos corresponde en nuestra Iglesia, y es un espacio que hemos tenido siempre, los documentos y encíclicas nos lo están recordando, sin embargo, lamentablemente no se nos ha permitido ocupar. Pero hoy el papa Francisco nos invita justamente a tomarnos ese espacio, en su carta dirigida a los laicos.
He vivido esta crisis con mucha reflexión y madurez espiritual junto a tantos laicos con los que camino y en donde siento que estamos apoyándonos, reflexionando y pensando cómo podemos retomar la misión que Dios nos está pidiendo a todos.
Al estar junto a mis hermanos y mi familia, la vivimos con la esperanza de que vamos a reconstruir una “iglesia de comunidades” y de pastores al servicio de todos y especialmente de los más pobres. A proyectarnos hacia adelante para que nuestros hijos vuelvan a creer en nuestra iglesia, y confiado en que es el único camino para recuperar los valores cristianos en la familia.
Pablo del Valle Comvi ss.cc.
Creo que estamos en un tiempo en que no es cómodo sentirse parte de la iglesia. No es fácil participar en una institución que ha perpetuado abusos, que ha defendido encubridores, que ha condenado diversidades, que ha utilizado la mentira tan habitualmente para defenderse a sí misma una y otra vez. Son miles las personas que se han alejado, que perdieron la paciencia y dejaron de lado el tan respetado “hay que cambiar esto desde adentro”. Y son más aún los jóvenes. Hoy me siento parte de ellos.
Hubo un tiempo en que creímos que la crisis solo era tema del Vaticano, de los obispos, de las congregaciones más conservadoras. Pero la verdad es que no: en la Iglesia de a pie y en los ss.cc. también se ha profundizado la crisis, porque hay temas transversales a todos los espacios. Seguimos llamando “padre”a los hermanos sacerdotes, naturalizando una relación asimétrica y extrañamente familiar. Seguimos aceptando que nuestras celebraciones estén siempre presididas por hombres, silenciando las voces femeninas. Seguimos conociendo de primera mano acompañamientos que abusan del poder y la conciencia, aunque sea de forma casi imperceptible. Y así con muchas otras cosas. Las explicaciones siempre quedan cortas.
Siempre podrán decirnos que hay esperanza, que podemos construir una Iglesia nueva si trabajamos codo a codo. La verdad es que sí lo creo, lo he escrito y conversado cien veces en mi trabajo con Pastorales Juveniles y en la escuela básica en que hoy trabajo. Pero por dentro me pregunto: ¿vale la pena el esfuerzo? ¿cuánta energía personal tengo que utilizar en esta tarea, cuántas veces tengo que desilusionarme, cuántas veces habrá que chocar con las mismas puertas cerradas? A veces me cuestiono si será mejor cuidarme a mí mismo y aportar al mundo por medio de otras vías: la enseñanza, el arte, la política… caminos en que puedo vivir el evangelio y el amor de Dios, pero no necesariamente cercanos a la Iglesia como institución. Entiendo a quienes quieren vivir así.
Una vez un amigo y hermano ss.cc. me dijo que creía que la mejor manera de vivir con coherencia el evangelio era mantenerse en la periferia de la iglesia. Es decir, si fuera un círculo, tener una patita adentro y otra afuera, para poder cuestionar desde otras miradas, para vivir otras experiencias, para no enceguecernos. Creo que eso es lo que hoy puedo hacer. La otra opción sería tener los dos pies afuera, pero algo me dice que aún hay vida por entregar y recibir. ¿Las dos patitas adentro? No, muchas gracias.
Después del dolor y la pena compartidas, la oración y la lucidez un poco mayor. Creo, a estas alturas, necesario distinguir entre delito (civil y/o canónico) y pecado. Y, a la vez, entre el clima mundano y los requerimientos del Evangelio. El delito merece el o los castigos correspondientes; el pecado, acude a la misericordia. Sin duda, la primera la merecen las víctimas de los abusos (ellos también necesitaron acogida y acompañamiento en la búsqueda de la verdad y en la de la justicia cuando recién empezaron a hacerse las denuncias e incluso antes que aparecieran públicamente: se trataba de hermanos que sufrían terrible e injustamente). Pero luego, ¿no cabría preguntarse si no debiera haber un espacio importante para la misericordia con los victimarios? ¿No podríamos pensar que Jesús no esperó a ser simpático con quienes lo asesinaron? ¿Deberemos, nosotros cristianos, si queremos ser coherentes, esperar a que pase la corriente emocional, hasta violenta, con los abusadores y seamos capaces de entrar en el meollo del Evangelio que es la misericordia? ¿Estaremos muchos tan secularizados que queremos actuar en esa línea sólo cuando sea «políticamente correcto» hacerlo de acuerdo con nuestra «mundanidad» o anunciaremos la misericordia aunque nos saquen la «que te dije», porque nos lo pide el Evangelio de Jesús? Saludos fraternos. Percival