Por Alex Vigueras Superior Provincial SS.CC.
Violeta fue una mujer sufrida. De muchas maneras experimentó el dolor, un dolor que traspasó toda su vida y su obra. Probablemente ahí radica la fuerza de su trabajo, la honestidad que transmite en todo lo que hace. Tengo la impresión que ahí está el fundamento de la adhesión de la gente, pues ven reflejados en sus versos sus mismas vidas sufridas.
Una de las fuentes de su sufrimiento tuvo que ver con su vocación de folclorista. Ella sentía que tenía una misión que, hasta el final, no fue comprendida. En 1960 expresaba: “Me enojo con medio mundo para salir adelante, porque todavía ni la décima parte de los chilenos reconoce su folclor, así que tengo que estar batallando casi puerta por puerta, ventana por ventana. Es harto duro todavía, es como si estuviera empezando recién”[1]. Cuando en una entrevista del año 1966 le preguntan: “¿Qué tipo de satisfacciones le ha reportado su carrera artística?”, ella responde: “Absolutamente ninguna. Solamente sacrificios y continuas luchas. Todo lo que usted ve aquí es producto de mis propias penurias. En Chile no se comprenden ciertas cosas”[2]. Particularmente frustrante fue el proyecto de la Carpa de La Reina, que ella soñó como una universidad del folclor. Nunca llegó a tener público suficiente y eso la desgastó, la dejó llena de deudas. Lo que más le dolía era que no llegaran los jóvenes. Fernando Sáez nos cuenta: “La carpa continuó funcionando esos meses [de 1966] sin conseguir el público necesario. Lo cierto es que, aunque asistieran setenta u ochenta personas, lo que no era poco, esa cantidad se perdía en la amplitud de las instalaciones dando la impresión de vacío… A pesar de braseros perfumados, mistelas, vino caliente, empanadas y anticuchos, que se anunciaban en pequeños avisos en los diarios, y la presentación de conocidos artistas, no variaba la situación”[3].
La vida de Violeta fue una vida sufrida desde su niñez. Desde pequeña conoció las penurias de la pobreza. Fue eso la que un día la decidió a sacar la guitarra de su padre del mueble donde estaba guardada con llave, y salir a la calle a cantar por primera vez. Sus palabras nos dejan ver que el sufrimiento fue una constante en su vida: “Toda mi vida fue muy sola, por eso me he metido en tanto camino, muy obscuro, muy seco todo…”[4]. “Canto para no llorar”[5], nos confiesa. En sus décimas escribe: “Pero, pensándolo bien,/ y haciendo juicio a mi hermano,/ tomé la pluma en la mano/ y fui llenando el papel./ Luego vine a comprender/ que la escritura da calma/ pa’los tormentos del alma, /y en la mía ya hay sobrantes./ Hoy cantaré lo bastante/ pa’dar el grito de alarma”[6].
La vida de Violeta fue sufrida, porque ya muy desde el inicio se da cuenta del dolor de la gente. Conoce de cerca el sufrimiento de los campesinos, explotados por sus patrones. Percibe el sufrimiento de los mineros, de los mapuches, de los pobres. Y este sufrimiento le produce indignación: “Porque los pobres no tienen/ a dónde volver la vista, / la vuelven hacia los cielos/ con la esperanza infinita/ de encontrar lo que su hermano/ en este mundo le quita, ¡palomita!/ ¡qué cosas tiene la vida, zambita!”[7]. Tal vez aquí está el mayor aporte de su obra. En esos tiempos el folclor cantaba la realidad del campo chileno, pero una realidad idealizada donde todo era bello y armónico. Se miraba el campo desde el punto de vista de los patrones. La obra de Violeta se hace provocativa al cantar el sufrimiento, quebrando esa mirada idealista. Pero, al mismo tiempo, su obra fascina por decir todo eso con belleza y verdad. O, mejor, se vuelve fascinante por la belleza contenida en la verdad que nos canta. Esto es lo que hace que Violeta sea tan incómoda para algunos. Así lo expresa su hermano Nicanor en su “Defensa de Violeta Parra”: “Pero los secretarios no te quieren/ y te cierran la puerta de tu casa/ y te declaran una guerra a muerte/ Viola doliente. Porque tú no te vistes de payaso/ porque tú no te compras ni te vendes/ Porque hablas la lengua de la tierra/ Viola chilensis/ ¡Porque tú los aclaras en el acto!”[8].
La vida de Violeta fue sufrida también por sus penas de amor. Se separa de su primer marido (padre de Isabel y Ángel) porque no apreciaba su trabajo de artista y quería que se dedicara solo a las labores de casa. Más tarde se separa también de su segundo marido, Luis Arce, a causa del trauma que provocó en su relación la muerte de Rosita (de nueve meses) cuando Violeta estaba en París: “Ahora no tengo consuelo,/ vivo en pecado mortal,/ y amargas como la sal/ mis noches son un desvelo;/ es contar y no creerlo,/ parece que la estoy viendo,/ y más cuando estoy durmiendo/ se me viene a la memoria;/ ha de quedar en la historia/ mi pena y mi sufrimiento”[9].
Violeta sufrió, sobre todo, cuando perdió a su gran amor, Gilbert Favré, un antropólogo suizo que había llegado a Chile en 1960 para investigar sobre el folclor. Tocaba el clarinete y la quena. Enamorado, decide quedarse para vivir con Violeta. Como quenista compartió con ella el escenario con el nombre artístico de “El Afuerino”. A inicios de la década del 60 se van a vivir a Ginebra, desde donde regresan en 1965. Poco a poco, aumentan las desavenencias lo cual provoca que Gilbert abandone a Violeta en diciembre de ese mismo año. Parte a Bolivia en donde funda el grupo “Los Jairas”. Esta pena de amor quebró interiormente a Violeta: “Run-Run se fue pa’l norte,/ no sé cuándo vendrá,/ vendrá para el cumpleaños/ de nuestra soledad… Run-Run se fue pa’l norte,/ yo me quedé en el sur,/ al medio hay un abismo/ sin música ni luz./ ¡Aayayay de mí!”[10]. En 1966 Violeta parte a Bolivia a buscarlo. Gilbert estaba ya casado. Al saber de este matrimonio Violeta recuerda uno de los versos aprendidos de Doña Clarisa y que ya presagiaban el final: “Cuando te vais a casar/ mándame avisar con tiempo/ para hacer dos fiestas juntas/ mi muerte y tu casamiento”[11].
La vida de Violeta fue sufrida porque tocó la esencia del mal. Ese mal que parece que todo lo traspasa; ese mal cuya victoria parece evidente en la historia del mundo. Y cuando se enfrenta el mal así, cara a cara, es difícil sobrevivir. Comentando su obra “El Gavilán”, explica: “[Al final, la gallina] consigue subir, y el gavilán como que la va a amar pero la destroza totalmente. Y los elementos se encargan de darle punto final a este ballet, y envuelven y enrollan al gavilán, que siempre vive, porque la maldad siempre perdura”[12]. Particularmente perturbadores resultan los versos de “Maldigo del alto cielo”: “Maldigo la primavera/ con sus jardines en flor,/ y del otoño el color/ yo lo maldigo de veras./ A la nube pasajera/ la maldigo tanto y tanto/ porque me asiste un quebranto./ Maldigo el invierno entero/ con el verano embustero. /Maldigo profano y santo./ ¡Cuánto será mi dolor!”[13].
Me gustaría presentar al final de estas palabras, cómo Violeta logró asimilar este dolor integrándolo en un sentimiento de gratitud por todo lo vivido. Es lo que podríamos pensar al saber que “Gracias a la Vida”[14] fue una de sus últimas composiciones. Sería hermoso terminar con un final feliz, como en las películas… pero no fue así. La vida de Violeta fue sufrida, porque el dolor le destruyó la vida. Ante su muerte nos quedamos perplejos. En palabras de Fernando Sáez: “¿Será necesario intentar desentrañar la desventura de esta determinación final?… ¿Cómo penetrar ese ensimismamiento que la dejó atrapada en el tormento del fracaso y la incomprensión? ¿Cómo darle sentido a esa sensación aplastante donde solo emerge poderosa la soledad y la obsesión frente a una respuesta que no aparece?… [El 5 de febrero de 1967] faltando quince minutos para las seis de la tarde se escuchó la detonación. El mismo disparo que terminó con su vida, esparció su obra hacia todos nosotros”[15].
[1] Marisol García (ed.), Violeta Parra en sus palabras. Entrevistas (1954-1967). Santiago: Catalonia, 2016, p. 41.
[2] Ibid., p. 90.
[3] Fernando Sáez, La vida intranquila: Violeta Parra, biografía esencial. Santiago: Radio Universidad de Chile, 2010, pp. 158.160.
[4] Ibid., p. 147.
[5] Marisol García, op. cit., p. 90.
[6] Violeta Parra, Poesía. Valparaíso: Universidad de Valparaíso, 20162, p. 151.
[7] Violeta Parra, ¿Por qué los pobres no tienen?, en: Fernando Sáez, op. cit., p. 125.
[8] Nicanor Parra, Defensa de Violeta Parra, en: Violeta Parra, op. cit., p. 455.
[9] Violeta Parra op.cit., p. 345.
[10] Ibid., pp. 66.67.
[11] Fernando Sáez, op. cit., p. 165.
[12] Marisol García, op. cit., p. 42.
[13] Violeta Parra, op. cit., pp. 45-46.
[14] Fernando Sáez piensa que Gracias a la vida, “lejos de ser un himno a la vida, es un recuento poético de sus pérdidas”. Fernando Sáez, op. cit., p. 164.
[15] Fernando Sáez, op. cit., p. 168.