“Como si el evangelizador tuviese que ser un acumulador de virtudes para brillar con luz propia entre los demás. Se me ocurre, Señor, que no es eso ser testigo tuyo. Lo propio del testigo es estar donde tú estás”.
Hace poco más de 40 años Esteban Gumucio escribió esta hermosa página sobre la tarea de evangelizar. Sabemos que es tarea de todos los bautizados, pero una responsabilidad especial recae sobre el clero y los obispos. En estos momentos de necesaria reforma de tantas cosas que están mal en la iglesia chilena, podemos meditar esta página y dejarnos inspirar por ella para empezar, cada uno de nosotros, a reformarnos en la dirección del evangelio que nos muestra Esteban. Así podremos contribuir a la reforma colectiva que necesitamos con urgencia.
*Esteban Gumucio ss.cc.
Sabemos que tenemos por misión evangelizar a todos, y que corremos el riesgo de hablar como escribas, huidas de nuestra boca las palabras de vida.
Esta es nuestra real condición, Señor.
He vuelto a leer la carta de S.S. el Papa (1) acerca de la evangelización, y una vez más he experimentado esa especie de fatiga por adelantado que me produce la cordillera, cuando los muchachos, olvidando mis 62 años, me dicen “subamos, padre”.
¡Comunicar la Buena Nueva no con palabras de escriba sino con palabras de vida! Palabras de vida, que proceden de ti que eres la vida; palabras de vida, que traen todo el sabor de la vida de los hombres; palabras de vida que yo haya hecho vida en mí; palabras de vida que no alejan de la vida real, sino que profundizan su sentido. Palabras de vida, que poseen calor vital inseparable de la luz.
Sabemos muy bien que tú hablabas de lo que habías visto en el Padre. ¡Que yo pueda siempre hablar de lo que vea de ti! Tu palabra en el libro de los evangelios no solo es importante por su contenido, por la verdad que se encierra en el frágil cuerpo de un concepto, de una frase, de un discurso, sino que es sobre todo importante y luminosa porque es reflejo de tu persona, de tu verdad, de ese corazón de tu existencia que es el Padre, amado, buscado, obedecido, ansiado como el hambriento ansía su pan y el sediento el agua.
El Padre es tu vida, y tu palabra es palabra de vida porque todo tú eres palabra del Padre. ¿Y cómo descubrir esa dimensión de tus palabras que no añade nada más a su inteligencia literaria, pero sí le da toda su vida? Tendría que escucharla yo en sintonía con tus ojos que ven al Padre, en el silencio de tu corazón profundo que escucha al Padre para serle enteramente dócil. Para evangelizar tengo que ser, pues, un hombre de oración. La oración es justamente ese umbral entre las palabras, los hechos, la acción y la dimensión de vida de Dios. Así como hasta entregar su cuerpo a las llamas puede ser un hecho heroico sin ser amor, así también tu palabra en nuestros labios puede ser inteligente, aguda, luminosa, y ser palabra de escriba, palabra muerta. ¡Señor, que sea yo dócil a tu Espíritu Santo, que no me acostumbre a estar en tus cosas sin traspasar el umbral de tu intimidad!… Pero, orar me es difícil, Señor. “Enséñanos a orar”, enséñame a orar ahora, con la vida de ahora. Enséñame a llegar al trasfondo de tu palabra sin dejar afuera la vida de mi mundo, de mis hermanos. Tú eres el Señor de la vida. La vida que encuentro en la vertiente de tu amor a través del silencio, es la misma vida que se presenta a mis ojos en las alegrías, trabajos y penas de este incesante mundo que se forja en cada hombre. Pero yo no reconoceré el sabor de tu agua en la planicie, si no la pruebo en la puridad de la fuente.
Hemos hablado tanto de “dar testimonio”, “ser testigo”. Hay una manera de entenderlo que conduce a una visión excesivamente moralista. Como si el evangelizador tuviese que ser un acumulador de virtudes para brillar con luz propia entre los demás. Se me ocurre, Señor, que no es eso ser testigo tuyo. Lo propio del testigo es estar donde tú estás. Por algo tú dijiste “sígueme”, a tus testigos oficiales, los apóstoles. Ser testigo es correr tus mismos riesgos, es estar compartiendo la vida con los que tú amas, con los pecadores y los pobres. Allí te encontraremos y nuestra misión es señalarte con el dedo como Juan Bautista: “en medio de vosotros está aquel a quien vosotros no conocéis”. Es inseparable del testimonio el riesgo y la ambigüedad, porque tus caminos no son los nuestros y muchas veces tendremos que salir a buscarte donde creíamos que no podías estar, y otras muchas veces o nos adelantamos o nos atrasamos a tu venida.
* Esteban Gumucio Vives (3 de septiembre de 1914 – 6 de mayo de 2001) fue un religioso chileno de la Congregación de los Sagrados Corazones que hoy se encuentra en proceso de beatificación (www.estebangumucio.cl)
(1) Exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi del Papa Pablo VI, que trata de la evangelización en el mundo actual y se origina el 8 de diciembre de 1975. La exhortación afirma la importancia de la evangelización como tarea de todos los católicos, y no solo del clero o de los religiosos consagrados.